lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo VI de Misericordia

Casi no es hipérbole decir que la señá Benina, al salir de Santa Casilda, poseyendo el incompleto duro que calmaba sus mortales angustias, iba por rondas, travesías y calles como una flecha. Con sesenta años a la espalda, conservaba su agilidad y viveza, unidas a una perseverancia inagotable. Se había pasado lo mejor de la vida en un ajetreo afanoso, que exigía tanta actividad como travesura, esfuerzos locos de la mente y de los músculos, y en tal enseñanza se había fortificado de cuerpo y espíritu, formándose en ella el temple extraordinario de mujer que irán conociendo los que lean esta puntual historia de su vida. Con increíble presteza entró en una botica de la calle de Toledo; recogió medicinas que había encargado muy de mañana; después hizo parada en la carnicería y en la tienda de ultramarinos, llevando su compra en distintos envoltorios de papel, y, por fin, entró en una casa de la calle Imperial, próxima a la rinconada en que está el Almotacén y Fiel Contraste. Deslizose a lo largo   -52-   del portal angosto, obstruido y casi intransitable por los colgajos de un comercio de cordelería que en él existe; subió la escalera, con rápidos andares hasta el principal, con moderado paso hasta el segundo; llegó jadeante al tercero, que era el último, con honores de sotabanco. Dio vuelta a un patio grande, por galería de emplomados cristales, de suelo desigual, a causa de los hundimientos y desniveles de la vieja fábrica, y al fin llegó a una puerta de cuarterones, despintada; llamó... Era su casa, la casa de su señora, la cual, en persona, tentando las paredes, salió al ruido de la campanilla, o más bien afónico cencerreo, y abrió, no sin la precaución de preguntar por la mirilla, cuadrada, defendida por una cruz de hierro.
«Gracias a Dios, mujer... -le dijo en la misma puerta-. ¡Vaya unas horas! Creí que te había cogido un coche, o que te había dado un accidente».
Sin chistar siguió Benina a su señora hasta un gabinetillo próximo, y ambas se sentaron. Excusó la criada las explicaciones de su tardanza por el miedo que sentía de darlas, y se puso a la defensiva, esperando a ver por dónde salía doña Paca, y qué posiciones tomaba en su irascible genio. Algo la tranquilizó el tono de las primeras palabras con que fue recibida; esperaba una fuerte reprimenda, vocablos   -53-   displicentes. Pero la señora parecía estar de buenas, domado, sin duda, el áspero carácter por la intensidad del sufrimiento. Benina se proponía, como siempre, acomodarse al son que le tocara la otra, y a poco de estar junto a ella, cambiadas las primeras frases, se tranquilizó. «¡Ay, señora, qué día! Yo estaba deshecha; pero no me dejaban, no me dejaban salir de aquella bendita casa.
-No me lo expliques -dijo la señora, cuyo acentillo andaluz persistía, aunque muy atenuado, después de cuarenta años de residencia en Madrid-. Ya estoy al tanto. Al oír las doce, la una, las dos, me decía yo: 'Pero, Señor, por qué tarda tanto la Nina?'. Hasta que me acordé...
-Justo.
-Me acordé... como tengo en mi cabeza todo el almanaque... de que hoy es San Romualdo, confesor y obispo de Farsalia...
-Cabal.
-Y son los días del señor sacerdote en cuya casa estás de asistenta.
-Si yo pensara que usted lo había de adivinar, habría estado más tranquila -afirmó la criada, que en su extraordinaria capacidad para forjar y exponer mentiras, supo aprovechar el sólido cable que su ama le arrojaba-. ¡Y que no ha sido floja la tarea!
  -54-  
-Habrás tenido que dar un gran almuerzo. Ya me lo figuro. ¡Y que no serán cortos de tragaderas los curánganos de San Sebastián, compañeros y amigos de tu D. Romualdo!
-Todo lo que le diga es poco.
-Cuéntame: ¿qué les has puesto? -preguntó ansiosa la señora, que gustaba de saber lo que se comía en las casas ajenas-. Ya estoy al tanto. Les harías una mayonesa.
-Lo primero un arroz, que me quedó muy a punto. ¡Ay, Señor, cuánto lo alabaron! Que si era yo la primera cocinera de toda la Europa... que si por vergüenza no se chupaban los dedos...
-¿Y después?
-Una pepitoria que ya la quisieran para sí los ángeles del cielo. Luego, calamares en su tinta... luego...
-Pues aunque te tengo dicho que no me traigas sobras de ninguna casa, pues prefiero la miseria que me ha enviado Dios, a chupar huesos de otras mesas... como te conozco, no dudo que habrás traído algo. ¿Dónde tienes la cesta?».
Viéndose cogida, Benina vacilé un instante; mas no era mujer que se arredraba ante ningún peligro, y su maestría para el embuste le sugirió pronto el hábil quite: «Pues, señora, dejé la cesta, con lo que traje, en casa de la señorita Obdulia, que lo necesita más que nosotras.
  -55-  
-Has hecho bien. Te alabo la idea, Nina. Cuéntame más. ¿Y un buen solomillo, no pusiste?
-¡Anda, anda! Dos kilos y medio, señora. Sotero Rico me lo dio de lo superior.
-¿Y postres, bebidas?...
-Hasta Champaña de la Viuda. Son el diantre los curas, y de nada se privan... Pero vámonos adentro, que es muy tarde, y estará la señora desfallecida.
-Lo estaba; pero... no sé: parece que me he comido todo eso de que has hablado... En fin, dame de almorzar.
-¿Qué ha tomado? ¿El poquito de cocido que le aparté anoche?
-Hija, no pude pasarlo. Aquí me tienes con media onza de chocolate crudo.
-Vamos, vamos allá. Lo peor es que hay que encender lumbre. Pero pronto despacho... ¡Ah! también le traigo las medicinas. Eso lo primero.
-¿Hiciste todo lo que te mandé? -preguntó la señora, en marcha las dos hacia la cocina-. ¿Empeñaste mis dos enaguas?
-¿Cómo no? Con las dos pesetas que saqué, y otras dos que me dio D. Romualdo por ser su santo, he podido atender a todo.
-¿Pagaste el aceite de ayer?
-¡Pues no!
-¿Y la tila y la sanguinaria?
  -56-  
-Todo, todo... Y aún me ha sobrado, después de la compra, para mañana.
-¿Querrá Dios traernos mañana un buen día? -dijo con honda tristeza la señora, sentándose en la cocina, mientras la criada, con nerviosa prontitud, reunía astillas y carbones.
-¡Ay! sí, señora: téngalo por cierto.
-¿Por qué me lo aseguras, Nina?
-Porque lo sé. Me lo dice el corazón. Mañana tendremos un buen día, estoy por decir que un gran día.
-Cuando lo veamos te diré si aciertas... No me fío de tus corazonadas. Siempre estás con que mañana, que mañana...
-Dios es bueno.
-Conmigo no lo parece. No se cansa de darme golpes: me apalea, no me deja respirar. Tras un día malo, viene otro peor. Pasan años aguardando el remedio, y no hay ilusión que no se me convierta en desengaño. Me canso de sufrir, me canso también de esperar. Mi esperanza es traidora, y como me engaña siempre, ya no quiero esperar cosas buenas, y las espero malas para que vengan... siquiera regulares.
-Pues yo que la señora -dijo Benina dándole al fuelle-, tendría confianza en Dios, y estaría contenta... Ya ve que yo lo estoy... ¿no me ve? Yo siempre creo que cuando menos lo pensemos nos vendrá el golpe de suerte, y estaremos   -57-   tan ricamente, acordándonos de estos días de apuros, y desquitándonos de ellos con la gran vida que nos vamos a dar.
-Ya no aspiro a la buena vida, Nina -declaró casi llorando la señora-: sólo aspiro al descanso.
-¿Quién piensa en la muerte? Eso no: yo me encuentro muy a gusto en este mundo fandanguero, y hasta le tengo ley a los trabajillos que paso. Morirse no.
-¿Te conformas con esta vida?
-Me conformo, porque no está en mi mano el darme otra. Venga todo antes que la muerte, y padezcamos con tal que no falte un pedazo de pan, y pueda uno comérselo con dos salsas muy buenas: el hambre y la esperanza.
-¿Y soportas, además de la miseria, la vergüenza, tanta humillación, deber a todo el mundo, no pagar a nadie, vivir de mil enredos, trampas y embustes, no encontrar quien te fíe valor de dos reales, vernos perseguidos de tenderos y vendedores?
-¡Vaya si lo soporto!... Cada cual, en esta vida, se defiende como puede. ¡Estaría bueno que nos dejáramos morir de hambre, estando las tiendas tan llenas de cosas de substancia! Eso no: Dios no quiere que a nadie se le enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un suponer, nos da la sutileza   -58-   del caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo... eso no. Porque yo prometo pagar, y pagaré cuando lo tengamos. Ya saben que somos pobres... que hay formalidad en casa, ya que no haigan otras cosas. ¡Estaría bueno que nos afligiéramos porque los tenderos no cobran estas miserias, sabiendo, como sabemos, que están ricos!...
-Es que tú no tienes vergüenza, Nina; quiero decir, decoro; quiero decir, dignidad.
-Yo no sé si tengo eso; pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva, y no para que me deje morir de hambre. Los gorriones, un suponer, ¿tienen vergüenza? ¡Quia!... lo que tienen es pico... Y mirando las cosas como deben mirarse, yo digo que Dios, no tan sólo ha criado la tierra y el mar, sino que son obra suya mismamente las tiendas de ultramarinos, el Banco de España, las casas donde vivimos y, pongo por caso, los puestos de verdura... Todo es de Dios.
-Y la moneda, la indecente moneda, ¿de quién es? -preguntó con lastimero acento la señora-. Contéstame.
-También es de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no sé... Pero también, también.
-Lo que yo digo, Nina, es que las cosas son   -59-   del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos nosotras... ¡Ea! date prisa, que siento debilidad. ¿En dónde me pusiste las medicinas?... Ya: están sobre la cómoda. Tomaré una papeleta de salicilato antes de comer... ¡Ay, qué trabajo me dan estas piernas! En vez de llevarme ellas a mí, tengo yo que tirar de ellas. (Levantándose con gran esfuerzo.) Mejor andaría yo con muletas. ¿Pero has visto lo que hace Dios conmigo? ¡Si esto parece burla! Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de los riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que yo digiera como un buitre.

-Lo mismo hace conmigo. Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor, que nos da el bien más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».


martes, 3 de diciembre de 2013

Benina, doña Paca y Dios (Misericordia VI)

-Pues aunque te tengo dicho que no me traigas sobras de ninguna casa, pues prefiero la miseria que me ha enviado Dios, a chupar huesos de otras mesas... como te conozco, no dudo que habrás traído algo. ¿Dónde tienes la cesta?».

-¿Querrá Dios traernos mañana un buen día? -dijo con honda tristeza la señora, sentándose en la cocina, mientras la criada, con nerviosa prontitud, reunía astillas y carbones.

-Dios es bueno.
-Conmigo no lo parece. No se cansa de darme golpes: me apalea, no me deja respirar. Tras un día malo, viene otro peor. Pasan años aguardando el remedio, y no hay ilusión que no se me convierta en desengaño. Me canso de sufrir, me canso también de esperar. Mi esperanza es traidora, y como me engaña siempre, ya no quiero esperar cosas buenas, y las espero malas para que vengan... siquiera regulares.
-Pues yo que la señora -dijo Benina dándole al fuelle-, tendría confianza en Dios, y estaría contenta... Ya ve que yo lo estoy... ¿no me ve? Yo siempre creo que cuando menos lo pensemos nos vendrá el golpe de suerte, y estaremos   tan ricamente, acordándonos de estos días de apuros, y desquitándonos de ellos con la gran vida que nos vamos a dar.

-¡Vaya si lo soporto!... Cada cual, en esta vida, se defiende como puede. ¡Estaría bueno que nos dejáramos morir de hambre, estando las tiendas tan llenas de cosas de substancia! Eso no: Dios no quiere que a nadie se le enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un suponer, nos da la sutileza   -58-   del caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo... eso no. Porque yo prometo pagar, y pagaré cuando lo tengamos. Ya saben que somos pobres... que hay formalidad en casa, ya que no haigan otras cosas. ¡Estaría bueno que nos afligiéramos porque los tenderos no cobran estas miserias, sabiendo, como sabemos, que están ricos!...
-Yo no sé si tengo eso; pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva, y no para que me deje morir de hambre. Los gorriones, un suponer, ¿tienen vergüenza? ¡Quia!... lo que tienen es pico... Y mirando las cosas como deben mirarse, yo digo que Dios, no tan sólo ha criado la tierra y el mar, sino que son obra suya mismamente las tiendas de ultramarinos, el Banco de España, las casas donde vivimos y, pongo por caso, los puestos de verdura... Todo es de Dios.
-Y la moneda, la indecente moneda, ¿de quién es? -preguntó con lastimero acento la señora-. Contéstame.
-También es de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no sé... Pero también, también.
-Lo que yo digo, Nina, es que las cosas son   -59-   del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos nosotras... ¡Ea! date prisa, que siento debilidad. ¿En dónde me pusiste las medicinas?... Ya: están sobre la cómoda. Tomaré una papeleta de salicilato antes de comer... ¡Ay, qué trabajo me dan estas piernas! En vez de llevarme ellas a mí, tengo yo que tirar de ellas. (Levantándose con gran esfuerzo.) Mejor andaría yo con muletas. ¿Pero has visto lo que hace Dios conmigo? ¡Si esto parece burla! Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de los riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que yo digiera como un buitre.
-Lo mismo hace conmigo. Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor, que nos da el bien más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».



Doña Paca
Benina
la miseria que me ha enviado Dios,
-Dios es bueno.


-¿Querrá Dios traernos mañana un buen día?
Pues yo que la señora -dijo Benina dándole al fuelle-, tendría confianza en Dios, y estaría contenta...
Conmigo [Dios] no lo parece [bueno]. No se cansa de darme golpes: me apalea, no me deja respirar.
Dios no quiere que a nadie se le enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un suponer, nos da la sutileza    del caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo... eso no.

Yo no sé si tengo eso; pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva, y no para que me deje morir de hambre. Los gorriones, un suponer, ¿tienen vergüenza? ¡Quia!... lo que tienen es pico... Y mirando las cosas como deben mirarse, yo digo que Dios, no tan sólo ha criado la tierra y el mar, sino que son obra suya mismamente las tiendas de ultramarinos, el Banco de España, las casas donde vivimos y, pongo por caso, los puestos de verdura... Todo es de Dios.
Lo que yo digo, Nina, es que las cosas son   del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos nosotras...
-[La moneda] También es de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no sé... Pero también, también.


¿Pero has visto lo que hace Dios conmigo? ¡Si esto parece burla! Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de los riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que yo digiera como un buitre.
Lo mismo hace conmigo. Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor, que nos da el bien más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».



sábado, 30 de noviembre de 2013

Para Paula (José Hierro)

Es una rubia furia desatada,
gatea, sube y baja, embiste, grita.
Caléndula que araña, uñas de pita,
torito bravo, más: una manada.


Comedora de flores desmadrada,
Vesubio en miniatura. Es la rayita
que no cesa, pimienta y dinamita,
torbellinita desencadenada.


¿La imagináis durmiendo una muñeca?
La Bubu es domadora, es carateca,
pulgón y filoxera de la vida.


¡Ay madre mía, cuando tenga dientes!
Prepárense sus deudos y parientes.
(Y aún creen sus padres que esto es una niña!)


viernes, 29 de noviembre de 2013

Contenidos

1. SIGLO XVIII
1.1. Contexto histórico y cultural. Diversas tendencias y rasgos de la literatura dieciochesca.
1.2. El teatro neoclásico. Pervivencia de la estética posbarroca. Géneros populares: el sainete de Ramón de la Cruz. La tragedia neoclásica y Vicente García de la Huerta. Leandro Fernández de Moratín y la comedia neoclásica.
1.3. La prosa neoclásica. El ensayo y la narrativa literaria.
1.4. La poesía neoclásica: la escuela salmantina y la escuela sevillana. La poesía didáctica.
2. SIGLO XIX
2.1. Contexto histórico y cultural. Rasgos generales de la literatura romántica. Rasgos generales de la literatura realista y naturalista.
2.2. Costumbrismo y periodismo. Mariano José de Larra: trayectoria periodística, artículos costumbristas, políticos y literarios, tono y estilo.
2.3. La lírica posromántica. Las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer: génesis y aparición, ordenación de los poemas, análisis temático y estilístico.
2.4. La Regenta de Clarín: aparición y reacciones inmediatas, estructura y técnica narrativa, caracterización de los personajes, crítica social, valor y sentido.
3. SIGLO XX
3.1. Contexto histórico y cultural. Rasgos generales de las diversas etapas y corrientes: Generación de Fin de siglo, Novecentismo, Vanguardias, Generación del 27, literatura de posguerra, literatura actual.
3.2 La literatura de la Generación de Fin de siglo: subjetivismo, emotividad, el mundo interior y las sensaciones, la divagación intelectual. Miguel de Unamuno, Azorín, Baroja.
3.2.1. Antonio Machado. Personalidad humana y literaria. Evolución poética: Soledades, galerías, otros poemas, Campos de Castilla. Rasgos de estilo.
3.2.2. Ramón del Valle-Inclán. Personalidad humana y literaria. Evolución general: de la técnica impresionista a la creación del esperpento. Rasgos de estilo.
3.2.3. Juan Ramón Jiménez. Personalidad humana y literaria. Trayectoria poética. Etapa sensitiva. Etapa intelectual: el reino de la poesía pura. Etapa metafísica.
3.3. Novecentismo y Vanguardias. Ortega y Gasset, Gabriel Miró, Ramón Gómez de la Serna.
3.4. Generación del 27. La poesía de Federico García Lorca: dimensión trágica y mítica, símbolos lorquianos, forma métrica, rasgos de estilo. Poesía neopopular (Romancero gitano). Poesía surrealista (Poeta en Nueva York). Rafael Alberti y Miguel Hernández.
3.5. Literatura española existencialista de los años 40. Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Cela.
3.6. El realismo social de los años 50. La narrativa (Martín Gaite, Ignacio Aldecoa...), la poesía (Blas de Otero, Gabriel Celaya) y el teatro (Buero Vallejo).
3.7. El experimentalismo de los años 60 y comienzos de los 70. Martín-Santos, Delibes, Gil de Biedma, Ángel González, Buero Vallejo. Los novísimos.
3.8. La literatura de la democracia. Panorama general hasta la actualidad


jueves, 28 de noviembre de 2013

Distinguir entre fuentes más solventes y menos solventes


Lo firmado prima sobre lo anónimo
El libro prima sobre el artículo

El artículo prima sobre la comunicación a congreso

La pertenencia a un centro de investigación prima sobre la no pertenencia. No es lo mismo: Juan Pérez, Universidad de Murcia; que Juan Pérez a secas

La edición con traductor conocido prima sobre la edición sin traductor conocido

La edición anotada prima sobre la no anotada


Benina, o la encarnación de la misericordia

Benigna -Benina para el común de las gentes- es la mujer que protagoniza Misericordia de Galdós. Es una mujer pobre en recursos materiales pero rica en igenio y, sobre todo, en amor. No es casual su nombre: benigna:

benigno, na.
(Del lat. benignus).

1. adj. Afable, benévolo, piadoso.
2. adj. Templado, suave, apacible. Estación benigna.
3. adj. Dicho de una enfermedad: Que no reviste gravedad.
4. adj. Dicho de un tumor: Que no es maligno.

Benina es la encarnación de la misericordia, esa actitud encarnada por el buen samaritano evangélico que conduce a asumir como propios los problemas de los demás y a acompañar al prójimo en sus desdichas y en la sanación de las heridas.

Protestó Benina, sosteniendo que la enfermedad de Ponte era de las que exigen trato casero y de familia; en el Hospital se moriría sin remedio, y así, valía más que ella se le llevara a la casa de su señora Doña Francisca Juárez, la cual, aunque había venido muy a menos, todavía se hallaba en posición de hacer una obra de caridad, albergando a su paisano el Sr. de Ponte, con quien tenía, si mal no recordaba, lejano parentesco. (XXII)

Trato casero y de familia: eso es lo que sabe dar Benina. 

Ángel, le llaman a menudo: enviado de Dios para hacer el bien.



No necesitó más la bondadosa anciana, para que se le desbordase la piedad, que caudalosa inundaba su alma; y llevando a la realidad sus intenciones con la presteza que era en ella característica, fue al instante a la tienda de comestibles, que en el ángulo de aquel edificio existe, y compró lo necesario para poner un puchero inmediatamente, tomando además huevos, carbón, bacalao... pues ella no hacía nunca las cosas a medias. A la hora, ya estaban remediados aquellos infelices, y otros que se agregaron, inducidos del olor que por toda   -263-   la parte baja de la colmena prontamente se difundió. Y el Señor hubo de recompensar su caridad, deparándole, entre los mendigos que al festín acudieron, un lisiado sin piernas, que andaba con los brazos, el cual le dio por fin noticias verídicas del extraviado Almudena. (XXVIII).



-Los sueños, los sueños, digan lo que quieran -manifestó Nina-, son también de Dios; ¿y quién va a saber lo que es verdad y lo que es mentira? 


-Cabal... ¿Quién te dice a ti que detrás, o debajo, o encima de este mundo que vemos, no hay otro mundo donde viven los que se han muerto?... ¿Y quién te dice que el morirse no es otra manera y forma de vivir?...

-Debajo, debajo está todo eso -afirmó la otra meditabunda-. Yo hago caso de los sueños, porque bien podría suceder, una comparanza, que los que andan por allá vinieran aquí y nos trajeran el remedio de nuestros males. Debajo de tierra hay otro mundo, y el toque está en saber cómo y cuándo podemos hablar con los vivientes soterranos. Ellos han de saber lo mal que estamos por acá, y nosotros soñando vemos lo bien que por allá lo pasan... No sé si me explico... digo que no hay justicia, y para que la haiga, soñaremos todo lo que nos dé la gana, y soñando, un suponer, traeremos acá la justicia». (XXII) 

La vida es sueño, Fedón...



-Sí: entrar con ello Banco, p'peleto en llengua, y naide ver ti. Poder coger diniero tuda... No ver ti naide.

-Pero eso es robar, Almudena.

-Naide ver, naide a ti dicir naida.

-Quita, quita... Yo no tengo esas mañas. Robar, no. ¿Que no me ven? Pero Dios me verá». (XXV)


Oyó Benina con interés y piedad este relato,   -225-   que aquí se da, para no cansar, reducido a mínimas proporciones;  (...)  Y el historiador debe hacer constar asimismo que el buen temple en que estaba Doña Paca se torció un poco al recogerse las dos en la alcoba, la señora en su cama, Benina en el suelo, por haber cedido su lecho a Frasquito.   (...) El mal humor de Doña Paca en la noche a que me refiero, debe atribuirse, según datos fehacientes, a que Frasquito, en sus conversaciones de la tarde, y en los ratos de la cena y sobremesa de esta, mostró por Benina unas preferencias que lastimaron profundamente el amor propio de la viuda infeliz. (XXIV) El narrador cronista.



«¡Pobre señora mía! -dijo al ciego en cuanto se reunió con él-. La quiero como hermana, porque juntas hemos pasado muchas penas. Yo era todo para ella, y ella todo para mí. Me perdonaba mis faltas, y yo le perdonaba las suyas... ¡Qué triste va, quizás pensando en lo mal que se ha portado con la Nina! Parece que está peor del reúma, por lo que cojea, y su cara es de no haber comido en cuatro días. Yo la traía en palmitas, yo la engañaba con buena sombra, ocultándole nuestra miseria, y poniendo mi cara en vergüenza por darle de comer conforme a lo que era su gusto y costumbre... En fin, lo pasado, como dijo el otro, pasó. Vámonos, Almudena, vámonos de aquí, y quiera Dios que te pongas bueno pronto para tomar el caminito a Jerusalén, que no me asusta ya por lejos. Andando, andando, hijo, se llega de una parte del mundo a otra, y si por un lado sacamos el provecho de tomar el aire y de ver cosas nuevas, por otro sacamos la certeza de que todo es lo mismo, y que las partes del mundo son, un suponer, como el mundo en junto; quiere decirse, que en donde quiera que vivan los hombres, o verbigracia, mujeres, habrá ingratitud, egoísmo, y unos que manden a los otros y les cojan la voluntad. Por lo que debemos hacer lo que nos manda la conciencia, y dejar que se peleen aquellos por un hueso, como los perros; los otros por un juguete, como los niños, o estos por mangonear, como los mayores, y no reñir con nadie, y tomar lo que Dios nos ponga delante, como los pájaros... Vámonos hacia el Hospital, y no te pongas triste. (XL)