-Pues aunque te
tengo dicho que no me traigas sobras de ninguna casa, pues prefiero la miseria
que me ha enviado Dios, a chupar huesos de otras mesas... como te conozco, no
dudo que habrás traído algo. ¿Dónde tienes la cesta?».
-¿Querrá Dios traernos mañana un buen día? -dijo con honda
tristeza la señora, sentándose en la cocina, mientras la criada, con nerviosa
prontitud, reunía astillas y carbones.
-Dios es bueno.
-Conmigo
no lo parece. No se cansa de darme golpes: me apalea, no me deja respirar. Tras
un día malo, viene otro peor. Pasan años aguardando el remedio, y no hay ilusión
que no se me convierta en desengaño. Me canso de sufrir, me canso también de
esperar. Mi esperanza es traidora, y como me engaña siempre, ya no quiero
esperar cosas buenas, y las espero malas para que vengan... siquiera regulares.
-Pues
yo que la señora -dijo Benina dándole al fuelle-, tendría confianza en Dios, y
estaría contenta... Ya ve que yo lo estoy... ¿no me ve? Yo siempre creo que
cuando menos lo pensemos nos vendrá el golpe de suerte, y estaremos tan ricamente, acordándonos de estos días de apuros,
y desquitándonos de ellos con la gran vida que nos vamos a dar.
-¡Vaya si lo soporto!... Cada cual, en esta vida, se defiende
como puede. ¡Estaría bueno que nos dejáramos morir de hambre, estando las
tiendas tan llenas de cosas de substancia! Eso no: Dios no quiere que a nadie
se le enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un
suponer, nos da la sutileza -58- del
caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo... eso
no. Porque yo prometo pagar, y pagaré cuando lo tengamos. Ya saben que somos
pobres... que hay formalidad en casa, ya que no haigan otras cosas. ¡Estaría bueno que nos
afligiéramos porque los tenderos no cobran estas miserias, sabiendo, como
sabemos, que están ricos!...
-Yo no sé si tengo eso; pero tengo boca y estómago natural, y
sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva, y no para que me
deje morir de hambre. Los gorriones, un suponer, ¿tienen vergüenza? ¡Quia!...
lo que tienen es pico... Y mirando las cosas como deben mirarse, yo digo que
Dios, no tan sólo ha criado la tierra y el mar, sino que son obra suya
mismamente las tiendas de ultramarinos, el Banco de España, las casas donde
vivimos y, pongo por caso, los puestos de verdura... Todo es de Dios.
-Y la
moneda, la indecente moneda, ¿de quién es? -preguntó con lastimero acento la
señora-. Contéstame.
-También
es de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no sé... Pero
también, también.
-Lo
que yo digo, Nina, es que las cosas son -59- del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos
nosotras... ¡Ea! date prisa, que siento debilidad. ¿En dónde me pusiste las
medicinas?... Ya: están sobre la cómoda. Tomaré una papeleta de salicilato
antes de comer... ¡Ay, qué trabajo me dan estas piernas! En vez de llevarme
ellas a mí, tengo yo que tirar de ellas. (Levantándose
con gran esfuerzo.) Mejor
andaría yo con muletas. ¿Pero has visto lo que hace Dios conmigo? ¡Si esto
parece burla! Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de los
riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que yo
digiera como un buitre.
-Lo
mismo hace conmigo. Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor,
que nos da el bien más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».
Doña Paca
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Benina
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la miseria que me ha enviado
Dios,
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-Dios es bueno.
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-¿Querrá Dios traernos mañana un
buen día?
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Pues yo que la señora -dijo
Benina dándole al fuelle-, tendría confianza en Dios, y estaría contenta...
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Conmigo [Dios] no lo parece [bueno].
No se cansa de darme golpes: me apalea, no me deja respirar.
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Dios no quiere que a nadie se le
enfríe el cielo de la boca por no comer, y cuando no nos da dinero, un
suponer, nos da la sutileza
del caletre para inventar modos de allegar lo que hace falta, sin robarlo...
eso no.
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Yo no sé si tengo eso;
pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el
mundo para que viva, y no para que me deje morir de hambre. Los gorriones, un
suponer, ¿tienen vergüenza? ¡Quia!... lo que tienen es pico... Y mirando las
cosas como deben mirarse, yo digo que Dios, no tan sólo ha criado la tierra y
el mar, sino que son obra suya mismamente las tiendas de ultramarinos, el
Banco de España, las casas donde vivimos y, pongo por caso, los puestos de
verdura... Todo es de Dios.
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Lo que yo digo, Nina, es que las
cosas son del que las tiene... y las tiene todo el mundo menos
nosotras...
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-[La moneda] También es
de Dios, porque Dios hizo el oro y la plata... Los billetes, no sé... Pero
también, también.
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¿Pero has visto lo que hace Dios conmigo? ¡Si esto
parece burla! Me ha enfermado de la vista, de las piernas, de la cabeza, de
los riñones, de todo menos del estómago. Privándome de recursos, dispone que
yo digiera como un buitre.
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Lo mismo hace conmigo.
Pero yo no lo llevo a mal, señora. ¡Bendito sea el Señor, que nos da el bien
más grande de nuestros cuerpos: el hambre santísima!».
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